En una eternidad viciada
de átomos y energías,
concentran en un instante
dos pensamientos:
un infinito imponente
y un volátil y mortal
equilibrio que se funde
y reencarna y vuelve.
La fugacidad de la vida
condensada en la evolución
de la muerte.
Y la beatitud del soplido
o del suspiro, que no es
más que el universo
chocando contra mi nariz.