miércoles, 18 de septiembre de 2013

La ansiedad de los cuerpos

El aroma del beso forma un espiral en el aire a la vez que tus manos dibujan un instante del día, y te atropellás de saliva queriendo contarme rápido porque te estoy mirando con mis ojos en tus ojos simulando atención, y por debajo de las narices mis labios se muerden y mis manos se inquietan.
Asiento con onomatopeyas a tu relato y me acerco. Primero, lo importante, mi mentón haciendo surcos entre tu cuello y tu hombro. La punta de mi nariz que delimita tu oreja. Y te beso la nuca. Te siento los silencios cada vez más extensos entre las palabras y la respiración que se acentúa hasta ocupar más espacio que la voz. Yo detenida en tu sien, imagino que cerraste los ojos y sucumbiste a la idea de que en minutos estarás enredado a mi cintura, como lo estás ahora, mientras recorro con los dedos de mis pies la pendiente hasta tus rodillas.

viernes, 6 de septiembre de 2013

El timbre

Sonó el timbre y salté de la cama. En mi mente pronuncié un elogio, de esos que acostumbrás decirme. Antes de tocar el tubo me miré los pies, estaba en pantuflas -y hacen ruido a goma mojada cuando camino y no debería bajar en pantuflas- casi que me olvido del timbre, como si vos, por alguna razón telepática, supieras que estoy bajando pero no sin antes sacarme las pantuflas y ponerme unas botas acordonadas (con los cordones pésimamente anudados). Y di un paso y volví y otro paso y volví. Dando un paso para hacer algo y recordando que primero tengo que atender el timbre, sino no vas a saber que estoy bajando. Aunque podrías tocar timbre otra vez. Pero por ahí pensás que estoy durmiendo y no que estoy leyendo Rayuela tirada en la cama, y no querés despertarme (vos tan compresivo a pesar de tus horarios flexibles yo tan hora, tan tiempo, tan lunes a viernes; sólo cuando te escucho respirar cerquita puedo pensar que es martes cuando, en realidad, es jueves).
Así que tengo que atender el timbre, che. Qué tanto pensar. Dejalo un rato en paz al pibe. Seguro que está durmiendo allá, en Caballito casi Parque Chacabuco, como él aclara algunas veces. No sé por qué lo aclara porque para mí es como si me hablara en chino o peor, en glíglico. Seguro está tocando la guitarra o acariciando su recién adjudicado tocadiscos.
Pero, pará, hace rato que no me escribe (las redes sociales y su instantaneidad) y puede que en vez de estar durmiendo haya: salido del edificio+caminado dos cuadras por Directorio+justo engancha el 56+camina por La Rioja+122+5to C+RING.
Todavía mirándome las pantuflas (porque no me las cambié, guiñándole el ojo a la posibilidad de que él esté tan terriblemente adorable durmiendo en su cama que tanto aprecia) levanté el tubo. Contesté-pregunté ¿hola?, una chica entre muerta de frío y confundida, ¿Verónica? Equivocado.