jueves, 26 de julio de 2012

Confrontación

Para ese entonces ya era una flor que había brotado en más de veinte primaveras. Sabía amanecer confundida, cuando al reflejarse en el espejo, muchas veces no veía su joven rostro sino dos ojos eternamente oscuros y ojerosos.
Hasta ahora, no había reparado lo suficiente en su mirada como para darse cuenta que era perfectamente redonda y avasallante . Solía hablarse a ella misma al proyectarse su figura en el vidrio, o en otras ocasiones, sólo necesitaba del silencio de su mente para conversar.
Se le escapaban las palabras de los labios y cinco minutos después se daba cuenta que estaba hablando sola. Saltaba de su ensoñación y volvía resignada a la eternidad del día. Le gustaba sentirse la protagonista de su propia historia sin fin, su imaginación era interminable cuando de amores imposibles se trataba.
Todos los días, al doblar la esquina de Azcuénaga y Rivadavia camino al trabajo, reproducía cómo sería el repentino encuentro con su alma gemela. Cómo sería la posición de su mueca en el momento de decir hola (si bajaría la mirada sonriendo mientras corría el pelo de su cara).
Entonces, esa mañana, justo antes de doblar la esquina, ensayaba la escena, repasaba los gestos. Y mientras tomaba impulso para girar a la izquierda, algo la descolocó de su eje y no dobló, se detuvo en una baldosa... hola... le dijo él, con la misma mueca que ella imaginaba.





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